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primer lugar, persistía en no creer el hecho en su totalidad; en segundo, estaba segurísima de que Collins había sido pescado; en tercero, confiaba en que ambos no serían nunca dichosos; y en cuarto, el convenio tenía que deshacerse. Sin embargo, dos consecuencias se deducían con claridad de todo: una, que Isabel era la verdadera causa de toda la desgracia; otra, que ella propia había sido tratada de modo bárbaro por todos ellos; y sobre las dos juntas insistió principalmente durante el resto del día. Ni aun logró en todo él apagar su resentimiento. Una semana se pasó antes de poder ver a Isabel sin regañarla, un mes antes de poder hablar sin rudeza a sir Guillermo o a lady Lucas, y varios: antes de perdonar a Carlota.

La emoción del señor Bennet con semejante motivo fué más tranquila; tanto, que consideró el hecho como gran fortuna, porque se jactaba, decía, de que eso le permitía descubrir que Carlota Lucas, a quien había juzgado regularmente razonable, era tan loca como su propia mujer y más aún que su hija.

Juana se manifestó algo sorprendida por el hecho; pero habló menos de su sorpresa que de sus vivos deseos de la felicidad de ambos; y ni aun Isabel pudo atraerla a considerar como improbable semejante felicidad. Catalina y Lydia estaban muy lejos de envidiar a la señorita de Lucas, pues Collins era sólo clérigo, y el suceso no los interesó sino como noticia que extender en Meryton.

Lady Lucas no pudo resistir a la dicha de mani-