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festar a la señora de Bennet la felicidad que experimentaba en ir a tener una hija bien casada, y por eso iba a Longbourn más a menudo que de ordinario, para expresar esa dicha que sentía, por más que las miradas de desagrado y los reparos malignos de la señora de Bennet podían haber sido suficientes para disipar esa felicidad.

Entre Isabel y Carlota mediaba un desacuerdo que las tornó silenciosas sobre ese asunto, y la primera se convenció de que ya no habría entre ellas confianza verdadera. Su desvío de Carlota le hizo volver con más pasión a su hermana, cuya rectitud y delicadeza le garantizaban que su opinión no se vería desechada, y por cuya felicidad se preocupaba más cada día, ya que Bingley se había marchado hacía una semana y nada se oía de su regreso.

Juana había remitido a Carolina pronta contestación a su carta, y calculaba los días que razonablemente podía tardar en recibir otra nueva. La prometida carta de gracias de Collins llegó el martes, dirigida al padre y escrita con toda la abundancia de agradecimiento que una estancia de un año entre la familia pudiera llevar consigo. Tras disculparse al principio, procedía a informarle, con muchas expresiones altisonantes, de su felicidad por haber obtenido el afecto de su amable vecina la señorita de Lucas, y se extendía con que sólo considerando lo que gustaba de la compañía de ésta se había sentido tan dispuesto a acceder al amable deseo de ellos de verlos de nuevo en Longbourn, adonde esperaba volver del lunes en quince días;