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porque lady Catalina, añadía, aprobaba tan cordialmente su casamiento, que deseaba que se celebrase lo más pronto posible, lo cual confiaba que sería argumento irrebatible para que su amable Carlota decidiese el día de hacerle el más feliz de los hombres.

El regreso de Collins al condado no era ya motivo de satisfacción para la señora de Bennet. Por el contrario, se veía más dispuesta a lamentarse de ello que su marido. Era rarísimo que viniera a Longbourn en vez de ir a casa de los Lucas; resultaba muy inconveniente y sobremanera embarazoso. Odiaba tener huspedes en su casa siendo tan mediana su salud, y los novios eran los más desagradables de todas las personas. Tales eran las suaves murmuraciones de la señora de Bennet, que sólo iban a desembocar a la desgracia, todavía mayor, de la continuada ausencia de Bingley.

Ni Juana ni Isabel estaban satisfechas con esto último. Día tras día pasaba sin saberse de ello sino la noticia, luego extendida por Meryton, de que no venían ya a Netherfield en el invierno; la cual irritó en grande a la señora de Bennet, quien no cesaba de contradecirla, juzgándola la más escandalosa falsedad.

Hasta Isabel comenzó a temer, no que Bingley fuese indiferente, sino que sus hermanas pudieran obtener éxito en apartarle de su camino. Aun sin querer dar entrada a idea tan destructora de la felicidad de Juana y tan deshonrosa para la firmeza de su enamorado, no podía evitar que se le ofreciera