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en sus cabales. No la defiendas aun que se llame Carlota Lucas. No has de cambiar por una individualidad el significado de los principios y de la integridad, ni tratar de persuadirte a ti misma, o de persuadirme a mí, de que el egoísmo es prudencia o la insensibilidad ante el peligro seguro de felicidad.

—Tengo por demasiado fuerte ese modo de expresarte sobre ambos—replicó Juana—, y espero que de ello te convencerás cuando los veas juntos y felices. Pero basta de esto. Tú aludías a algo más; mencionaste dos casos. No puedo menos de comprenderte; pero te suplico, Isabel, que no me apenes censurando a aquella persona y diciendo que ha descendido en tu opinión. No necesitamos hallarnos prontas a imaginarnos injuriadas de propósito. No podemos exigir que un joven bullicioso sea siempre tan mirado y circunspecto. A menudo es sólo nuestra propia vanidad lo que nos engaña. La imaginación de las mujeres se excede.

—Y los hombres procuran que se exceda.

—Si lo hacen con premeditación no podrán justificarse; mas no creo que eso abunde en el mundo tanto como algunos se figuran.

—Estoy muy lejos de atribuir a premeditación ninguna parte de la conducta de Bingley—dijo Isabel; pero sin querer obrar mal ni hacer infelices a los otros se puede errar y ocasionar desgracia. La carencia de reflexión o la escasa atención a los sentimientos ajenos, así como la falta de resolución, dan ese resultado.