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afirmaban que tenía figura distinguida, las señoras declararon que era mucho más guapo que Bingley; y así, fué mirado con singular admiración aproximadamente la mitad de la velada, hasta que sus modales disgustaron de tal modo que se disipó la oleada de su popular dad por haberse descubierto que era orgulloso, que pretendía sobreponerse a todos y por todos ser complacido, y ni aun su extenso estado en el condado de Derby pudo ya librarle de tener el más desagradable y odioso aspecto y no valer nada en cotejo con su amigo.

Bingley entró pronto en relación con las principales personas de la sala; era vivo y franco, bailó todos los números, sintió que el baile acabase tan temprano, y habló de ofrecer él mismo uno en Netherfield. Tan amables cualidades se recomendaban por sí mismas. ¡Qué contraste entre él y su amigo! Darcy bailó sólo una vez con la señora de Hurst y otra con la señorita de Bingley, declinó el ser presentado a ninguna otra señora y empleó el resto de la velada en pasearse por la sala y hablar alguna vez con alguno de su partida. Su carácter quedaba juzgado: era el hombre más orgulloso y más desagradable del mundo, y todos suponían que no volvería otra vez. Entre los más adversos a él se contaba la señora de Bennet, cuyo disgusto por el comportamiento de él en general se había aumentado hasta tornarse particular resentimiento por haber menospreciado Darcy a una de sus hijas.

Isabel Bennet se había visto obligada por la escasez de caballeros a permanecer sentada du-