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rante dos números del baile, y parte de ese tiempo había estado tan cerca de Darcy que pudo escuchar la conversación entre éste y Bingley cuando el último llegó allí desde donde bailaba para invitar a su amigo a unirsele.

—Ven, Darcy —díjole—; he de hacerte bailar; me carga verte de ese modo estúpido. Obrarías mucho mejor bailando.

—¡Bien seguro que no lo haré! Tú sabes cuánto lo detesto, a no ser que conozca especialmente a mi pareja. En una reunión como ésta eso me sería insoportable. Tus hermanas están comprometidas y no hay en el salón ninguna otra mujer con la cual no me sirviera de castigo el estar.

—Por nada del mundo me aburriría yo como tú —exclamó Bingley—. A fe mía que nunca en mi vida he encontrado muchachas tan simpáticas como las de esta noche, y mira cómo hay varias extraordinariamente bonitas.

—Estás bailando con la única muchacha guapa del salón —repuso Darcy mirando a la mayor de las Bennet.

—¡Oh!, es la criatura más bella que he visto jamás. Pero ahí, justamente detrás de ti, está sentada una de sus hermanas, que es muy bonita, y aun me atrevo a añadir que muy agradable. Déjame suplicar a mi pareja que te presente.

—¿Qué quieres decir? —y volviéndose, contempló un momento a Isabel hasta que sorprendió su mirada; apartó entonces su vista y dijo fríamente: —Es pasadera; pero no lo suficientemente

Orgullo y prejuicio.—T. I.