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baile molestó a dos o tres señoritas por no sacarlas a bailar, y yo misma hablé con él dos veces sin obtener respuesta. ¿Pueden revelarse síntomas más claros? ¿No es la descortesía en general la esencia verdadera del amor?

—Sí, de esa clase de amor que supongo sentido por él. ¡Pobre Juana! Estoy triste por ella, porque, dado su mode de ser, no olvidará eso pronto. Mejor habría sido que te hubiera ocurrido a ti, Isabel; tú te habrías reído del hecho con más prontitud. Pero ¿crees que se decidirá a venir con nosotros? Un cambio de escenario seríale conveniente, y acaso uno de casa le resultara utilísimo.

A Isabel agradó mucho esa proposición, convenciéndose de que su hermana accedería.

—Supongo—añadió la señora de Gardiner—que no influirá en ella ninguna consideración referente a ver a ese joven. Vivimos en barrio tan diferente de la población, todas nuestras relaciones son tan diversas, y, como sabes bien, salimos tan poco de casa, que es muy poco probable que se encuentren si él no viene expresamente a verla.

—Y eso es imposible de toda imposibilidad, porque por ahora se encuentra bajo la custodia de su amigo, y el señor Darcy no permitiría que él buscase a Juana en semejante barrio de Londres. Querida tía, ¿qué opinas sobre eso? Acaso pueda el señor Darcy oír mencionar un punto como la calle de la Iglesia de la Merced; pero pensando que un mes de abluciones apenas bastaría para limpiarse de sus inmundicias si penetrase una vez allí, y ten