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hermosa para tentarme; y por ahora no estoy de humor de conceder importancia a muchachas desairadas por los otros hombres. Mejor harás en volver a tu pareja y gozar de sus miradas, porque estás perdiendo el tiempo conmigo.

Bingley siguió el consejo, Darcy se marchó, e Isabel quedó con no muy cordiales sentimientos hacia éste. Sin embargo, entre sus amigas contó la historia con mucho ingenio, porque poseía dotes de viveza y gracia y se complacía en lo ridículo.

En conjunto, la velada transcurrió gratamente para toda la familia. La señora de Bennet había visto a su hija mayor muy admirada por la gente de Netherfield; Bingley había bailado con ella dos veces, y sus hermanas la habían distinguido. Juana estaba tan satisfecha por todo eso como pudiera estarlo su madre, pero con más tranquilidad; Isabel notó la satisfacción de Juana. María misma se había oído llamar por la señorita Bingley la muchacha más completa de la vecindad, y Catalina y Lydia habían sido suficientemente afortunadas para no estar nunca sin pareja, que era cuanto ellas habían aprendido a ambicionar en un baile. Por eso volvieron contentas a Longbourn, lugar donde vivían y en que eran los principales habitantes. Encontraron aún levantado al señor Bennet, quien, con un libro delante, no se cuidaba del tiempo, y en la ocasión presente sentía bastante curiosidad por conocer el resultado de una velada que había despertado tan óptimas esperanzas. Acaso creyera que la opinión de su esposa sobre el forastero fuera