Página:Orgullo y prejuicio - Tomo I (1924).pdf/196

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido validada
194
 

libras era el encanto más saliente que podría brindar la joven a quien ahora se mostraba propicio; pero Isabel, acaso con menor penetración que en el caso de Carlota, no disputó con él por sus anhelos de independencia. Por el contrario, nada juzgaba más natural; y como podía suponer que le costaba a él algún esfuerzo el abandonarla, hallábase dispuesta a considerar el hecho como cuerda y apetecible solución para ambos, y podía desearle de corazón felicidades.

Todo eso fué dado a conocer a la señora de Gardiner, a quien, tras relatar las circunstancias, decía así: «Estoy convencida, querida tía, de que nunca he estado muy enamorada, pues si realmente hubiera experimentado esa pura y elevada pasión detestaría ahora hasta el nombre de semejante individuo y le desearía toda suerte de males. Pero no sólo abrigo sentimientos cordiales hacia él, sino que también miro con imparcialidad a la señorita de King, sin tenerle malquerencia y juzgándola, por el contrario, buena muchacha. No puede haber amor en todo eso. Mi desvelo ha sido real; y aunque si estuviera frenéticamente enamorada de él resultaría ahora más interesante para todos sus conocidos, no puedo decir que lamento mi relativa insignificancia. A veces la importancia se paga sobrado cara. Catalina y Lydia son más sensibles que yo en eso del corazón. Son jóvenes en el camino de la vida y no están hechas todavía a la mortificante convicción de que las pollas guapas han de tener algo para vivir como todas las demás.»