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La despedida entre ella y Wickham fué por completo amistosa, y aun más por parte de él. Su empresa actual no podía hacerle olvidar que Isabel había sido la primera que excitara y mereciera su atención, la primera en escucharle y compadecerle, la primera a quien admiró; y en su manera de decirle adiós, deseándole toda suerte de dichas, recordándole lo que había de esperar de lady Catalina de Bourgh y confiando en que sus opiniones sobre la misma, sus opiniones sobre todos ellos, coincidirían, hubo tal solicitud, interés tal, que ella sintió deber corresponderle con el más sincero afecto; partiendo así convencida de que, lo mismo casado que soltero, sería siempre su tipo de lo placentero y de lo amable.

Los compañeros de viaje del día siguiente no eran para hacérselo muy grato. Sir Guillermo Lucas y su hija María, muchacha de buen humor, aunque de cascos tan vacíos como su padre, nada tuvieron que decir que valiera la pena de oírse, y así, les escuchó con igual interés que el ruido de la posta. Isabel gustaba del absurdo, pero conocía a sir Guillermo desde antiguo; nada nuevo podía referirle ya de las maravillas de su presentación y de su dignidad de caballero, y sus cortesías eran tan rancias como sus noticias.

El viaje era de sólo veinticuatro millas, y lo emprendieron tan temprano, que al mediodía estaban en la calle de la Iglesia de la Merced. Al llegar a la puerta de los Gardiner, Juana se encontraba en la ventana del salón, esperando su llegada; al entrar en el comedor, allí estuvo ella para darles la bien-