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mos amigos, que viven en el de Hunsford, no son mucho mejores. Harta estoy de todos ellos. Gracias a Dios, mañana voy a donde hallaré un hombre que no posee ninguna cualidad agradable, que carece de formas y hasta de sentido para recomendarse. Los hombres necios son, después de todo, los únicos que vale la pena de conocer.

—Cuidado, Isabel, que esas palabras trascienden demasiado a disgusto.

Antes de separarse por concluirse la conversación tuvo la dicha inesperada de que se la invitase a acompañar a sus tíos en un viaje de recreo que se proponían emprender en el verano.

—No hemos determinado con fijeza hasta dónde llegaremos —dijo la señora de Gardiner—; mas acaso hasta los Lagos.

Ningún proyecto podía ser más halagüeño a Isabel, y así, su aceptación de tal convite fué pronta y agradecida.

Querida tía —exclamó con entusiasmo—, ¡qué delicia!, ¡qué felicidad! Me proporcionáis vida nueva y nuevo vigor. ¡Adiós a los disgustos y al mal humor! ¿Qué son los hombres al lado de las rocas y las montañas? ¡Oh! ¡Qué horas de transporte pasaremos! Y al regresar no seremos, como otros viajeros, incapaces de dar idea exacta de nada. Sabremos adónde hemos ido, recordaremos lo que hayamos. visto. Lagos, montañas y ríos estarán mezclados en nuestra imaginación; y al tratar de describir una escena particular no comenzaremos por disputar sobre el lugar donde aconteció. Que nuestras primeras