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tante observó que los modales de su primo no habían variado con el matrimonio; su cortesía formalista era con exactitud la misma que había sido, y por eso él la detuvo algunos momentos a la puerta para que oyese y satisficiese sus preguntas sobre toda la familia. Entraron en la casa sin más dilación que la precisa para notar la limpieza del ingreso; y en cuanto se vieron en la sala de recibir volvió él a darles con ostentosa formalidad la bienvenida a su humilde morada, repitiendo punto por punto los ofrecimientos que su mujer les hiciera de un refresco.

Isabel iba dispuesta a encontrarlo en sus glorias, y no pudo huir de imaginar que al mostrarles las buenas proporciones de la estancia y su aspecto y ajuar se dirigía, en particular a ella, cual deseando hacerle envidiar lo que había perdido con rechazarle. Mas, aunque todo parecía limpio y cómodo, no le fué dado felicitarle con miradas de arrepentimiento, y antes bien admirábase de que su amiga pudiera tener aire tan alegre con semejante compañero. Cuando Collins decía algo de que su mujer debiera razonablemente correrse, lo que por cierto no era raro, Isabel, sin poder evitarlo, dirigía la vista a Carlota. Una vez o dos pudo descubrir un débil sonrojo; pero en general la esposa, con gran cordura, no le escuchaba. Tras de permanecer allí tiempo suficiente para admirar todo el ajuar de la pieza, desde el armario al enrejado de la chimenea, y para contar el viaje y todo lo ocurrido en Londres, Collins las invitó a dar una vuelta por el jardín, que