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era grande y bien situado y a cuyo cultivo atendía él mismo. Trabajar en su jardín era uno de sus mayores solaces, e Isabel admiró la moderación con que Carlota ponderaba lo saludable del ejercicio y reconocía que animaba a su marido a hacerlo cuanto podía. Guiándolos a través de todas las sendas y encrucijadas, y concediéndoles apenas algún intervalo para expresar las alabanzas que les exigía, fué él señalando todos los puntos de vista importantes con una minuciosidad que sobrepujaba en mucho a su belleza. Nombraba los campos que se veían en todas direcciones y decía cuántos árboles había en los sitios más distantes. Pero de todos los puntos de vista de que su jardín, aun la campiña y el reino en general, podían jactarse, ninguno se podía equiparar a la perspectiva de Rosings, proporcionada por un claro entre los árboles que limitaban el parque en la parte opuesta a la fachada de su casa. Rosings era un edificio moderno, hermoso y bien emplazado sobre una eminencia.

Desde su jardín, Collins habría deseado conducirlos a recorrer sus dos praderas; mas careciendo las señoras de calzado a propósito, retrocedieron; y mientras sir Guillermo le acompañaba, Carlota introdujo a su hermana y a Isabel en la casa, acaso muy satisfecha de tener oportunidad de mostrársela sin ayuda de su marido. Era más bien pequeña, pero bien dispuesta, y todo estaba arreglado con limpieza y propiedad, lo cual reconoció Isabel ante Carlota. Si se pudiera prescindir de Collins, por lo demás había allí gran abundancia de comodidades,