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soluto una niña. ¿Quién hubiese creído que fuera tan delgada y pequeña?

―Es sumamente grosero tener a Carlota fuera de la puerta con semejante viento. ¿Por qué no entra?

―¡Oh! Carlota dice que con dificultad lo hacen. Es el mejor de los favores el que entre la señorita de Bourgh.

―Me gusta su aspecto ―dijo Isabel, oprimida por otras ideas―. Semeja enferma y estropeada. Sí, resultará muy buena para él. Hará una mujer muy adecuada.

Collins y su esposa estaban de charla con las señoras, y sir Guillermo, con gran entretenimiento de Isabel, hallábase parado en el camino de la puerta, sumido en la más atenta contemplación de la grandeza que ante si tenía, inclinándose cortésmente cuando la señora de Bingley miraba hacia allí.

Al fin no tuvieron más que decirse; las señoras siguieron su camino, y las otras entraron en casa. Collins, no bien vió a las dos muchachas, comenzó a felicitarlas por su fortuna; lo que Carlota aclaró haciéndoles saber que toda la partida estaba invitada a comer en Rosings al día siguiente.

CAPITULO XXIX

La satisfacción de Collins por ese convite fué completa. El poder mostrar la grandeza de su patrona ante sus admirados visitantes y hacerles