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ver la cortesía de lady Catalina para con él y su esposa eran justamente las cosas que más anhelaba; y el que tan pronto se ofreciese ocasión de todo ello era prueba tal de la bondad de la mencionada señora que no sabía cómo ponderarlo bastante.

―Confieso ―dijo― que nada me habría sorprendido una invitación de Su Señoría para tomar el te el domingo y pasar la tarde en Rosings; antes bien, conociendo su afabilidad, esperaba que eso aconteciese. Pero ¿quién podía prever una atención como ésta? ¿Quién habría imaginado que recibiéramo s invitación― extendida a todos los de la casa― para comer allí tan inmediatamente después de nuestra llegada?

―Yo soy el menos asombrado de lo ocurrido ―replicó sir Guillermo― por el conocimiento que poseo del verdadero modo de ser de los grandes, conocimiento que mi situación en el mundo me ha permitido adquirir. En la corte esos ejemplos no son raros.

En todo el día y en la mañana siguiente apenas se habló de otra cosa que de la visita a Rosings. Collins los fué instruyendo con cuidado de lo que iban a ver, para que la vista de tales estancias, de tantos criados y de tan espléndida comida no los sobrecogiese en absoluto.

Cuando las señoras se separaban para vestirse dijo a Isabel:

―No te inquietes, querida prima, por el atavío. Lady Catalina está muy lejos de exigir de nosotros