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―A fe mía ―exclamó lady Catalina― que da usted sus opiniones de modo muy resuelto para ser tan joven. Haga el favor de decirme qué edad tiene usted.

―Con tres hermanas crecidas detrás ―replicó Isabel sonriente―, será difícil que Vuestra Señoría espere que lo confiese.

Lady Catalina pareció asombrarse por completo de no recibir una contestación directa, e Isabel sospechó de sí misma que era la primera criatura que se había atrevido a chancearse de una impertinencia de tan elevada persona.

―No puede usted tener más de veinte, estoy segura; por tanto, no tiene usted por qué ocultar su edad.

―Aun no tengo veintiuno.

Cuando los caballeros se les unieron y se hubo tomado el te colocáronse las mesitas de juego. Lady Catalina, sir Guillermo y los señores de Collins se sentaron a jugar partida de cuatro, y como la señorita de Bourgh prefirió jugar a cassino, las dos muchachas tuvieron el honor de ayudar a la señora Jenkinson a completar la suya. Su mesa era aburrida en grado superlativo. Apenas se lanzaba una palabra que no se refiriese al juego, excepto cuando la mencionada señora expresaba sus temores de que la señorita de Bourgh tuviera excesivo calor o excesivo frío, o demasiada luz o demasiado poca. Mucho más animada era la otra mesa. Lady Catalina hablaba casi de continuo, notando las equivocaciones de los demás o relatando alguna anécdota relativa