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a casa con la magna noticia. A la mañana siguiente se dirigió a Rosings a ofrecerle sus respetos. Había allí dos sobrinos de lady Catalina, porque Darcy había llevado consigo al coronel Fitzwilliam, hijo menor de su tío Lord; y con gran sorpresa de toda la casa, cuando Collins regresó, ambos caballeros le acompañaron. Carlota los había visto desde el cuarto de Collins, cuando cruzaban el camino, y entrando al punto en el otro comunicó a las muchachas el honor que podían esperar, añadiendo:

―Habré de darte las gracias, Isabel, por esa muestra de cortesía. El señor Darcy no habría venido tan pronto a visitarme.

Isabel apenas tuvo tiempo para negar sus derechos a semejante cumplido antes de que la llegada de ellos fuese anunciada por la campanilla, y poco después los tres caballeros entraron en la estancia. El coronel Fitzwilliam, que iba delante, era de unos treinta años, y, aunque no guapo, revelaba con claridad al caballero en su persona y en su avío. Darcy estaba por completo como en el condado de Hertford; hizo sus cumplidos a los Collins con su habitual reserva, y, cualesquiera que fuesen sus sentimientos hacia Isabel, la saludó con absoluta compostura. Ella se limitó a devolverle el saludo sin decir palabra.

El coronel Fitzwilliam entró en derechura en conversación con la soltura y facilidad de un hombre bien educado, charlando muy amenamente; pero su primo, tras de hacer débiles observaciones a Collins sobre el jardín y la casa, permaneció sen-