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Isabel se rió de corazón al oír esa pintura suya y dijo al coronel Fitzwilliam:

―Su primo de usted pretende darle muy bonita idea de mí enseñándole a no creer palabra de cuanto yo le diga. Me tengo por especialmente desgraciada al dar con una persona tan dispuesta a descubrir mi verdadero carácter en un sitio donde yo había esperado obtener algún crédito. La verdad, señor Darcy, es que resulta poco generoso por su parte el mencionar cuanto supo usted en contra mía en el condado de Hertford, y permítame usted decirle que es también muy impolítico, porque eso es provocarme al desquite, y podrían salir a colación tales cosas que ofendiera a sus parientes el escucharlas.

―Yo no temo a usted ―dijo él sonriente.

―Haga usted el favor de decirme de qué le acusa usted ―exclamó el coronel Fitzwilliam―. Me gustaría saber cómo se conduce con extraños.

―Se lo diré a usted; pero prepárese para algo muy espantoso. Ha de saber usted que la primera vez que le vi en Hertford fué en un baile, y en ese baile ¿qué cree usted que hizo? Pues bailó sólo cuatro números, a pesar de escasear los caballeros, y más de una señora estuvo sentada por falta de pareja. Señor Darcy, no puede usted negar el hecho.

―Entonces no tenía el honor de conocer a ninguna señorita de la reunión, fuera de las de mi compañía.

―Cierto, y nadie puede ser presentado en un