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―El señor Collins parece muy afortunado en su elección de esposa.

―Sí, cierto. Sus amigas pueden alegrarse de que haya dado con una de las pocas mujeres sensibles que le habrían aceptado o hecho feliz tras de acéptarlo. Mi amiga posee excelente entendimiento, aunque no tengo yo su casamiento con el señor Collins por lo más cuerdo que ha hecho. Parece no obstante dichosa por completo; desde el punto de vista prudente, era éste un partido muy bueno para ella.

―Ha de ser muy grato para ella verse a tan poca distancia de su familia y amigos.

―¿Poca distancia le llama usted? Hay cerca de cincuenta millas.

―¿Y qué son cincuenta millas de buen camino? Poco más de media jornada de viaje. Sí, la tengo por poca distancia.

―No había yo considerado la distancia como una de las ventajas del partido ―exclamó Isabel―. Jamás habría dicho que la señora de Collins estuviese colocada cerca de su familia.

―Eso prueba el apego de usted al condado de Hertford. Todo cuanto sea más allá de la vecindad de Longbourn supongo que le parecerá a usted lejos.

Mientras hablaba se sonreía de un modo que Isabel imaginaba interpretar: debía él suponerla pensando en Juana y Netherfield, y así, se sonrojó al contestar:

―No pretendo significar que una mujer no pueda dejar de estar demasiado cerca de su familia. Lejos