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Pero cuando Isabel habló del silencio que guardara no pareció cierta la cosa, a pesar de los deseos de Carlota; y tras varias conjeturas supusieron sólo que su visita procedía de la dificultad de encontrar algo que hacer, lo cual parecía lo más probable dada la estación. Todos los deportes se habían acabado. En casa de lady Catalina había libros y una mesa de billar; pero los caballeros no sufren permanecer siempre en casa; y sea por la proximidad de la abadía, o por el placer del paseo hasta allí, o por la gente que en ella vivía, los dos primos sentían la tentación de ir cotidianamente. Hacían la visita a variadas horas de la mañana, unas veces separados y otras juntos, y alguna de ellas acompañados de su tía. Era patente a todos que el coronel Fitzwilliam venía porque hallaba gusto en su sociedad, persuasión que, como es natural, le recomendaba aún más; e Isabel se acordaba, por su propia satisfacción al verse con él y por lo evidente de la admiración que éste sentía por ella, de su primer favcrito, Jorge Wickham; y aunque, comparándolos, notaba que había menos atrayente dulzura en los modales del coronel Fitzwilliam, lo conceptuaba mejor dotado de entendimiento.

Pero era más difícil comprender por qué Darcy venía tan a menudo a la abadía. No debía de ser por buscar sociedad porque permanecía allí sentado diez minutos sin abrir los labios, y cuando hablaba, más bien semejaba hacerlo por necesidad que por gusto; antes parecía a quello sacrificio que placer. Rara vez estaba animado de veras. La señora de Collins no