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sabía qué hacer de él. El modo como el coronel Fitzwilliam se reía en ocasiones de la estupidez de Darey probaba que, por lo común, era diferente, aunque no hiciera saber eso a Carlota su trato con este caballero; y como había deseado creer que ese cambio era obra del amor y el objeto de tal amor su amiga Isabel, se dió con empeño a descubrir eso. Vigilábale siempre que estaban en Rosings y siempre que él venía a Hunsford, pero sin gran éxito. Cierto que miraba mucho a su amiga; mas la expresión de tales miradas era problemática. Era un modo de mirar atento y fijo; pero a menudo dudaba ella que hubiese en el mismo entusiasmo, y a veces no parecía sino distracción.

Dos o tres veces había expuesto a Isabel la posibilidad de que le interesara; mas ella se rió siempre al escucharla, y la señora de Collins no tuvo por conveniente recalcar el tema por el peligro de que naciesen esperanzas que sólo podían acabar en disgustos; porque, en su sentir, no había duda en que cuanto disgusto inspiraba él a su amiga habría de disiparse si ésta supiese que tenía a aquél en su poder.

En sus cariñosos proyectos sobre Isabel entraba a veces el casarla con el coronel Fitzwilliam. Era éste, sin comparación, el hombre más agradable de aquéllas; admirábala de veras, y su posición era apetecible; pero, como para contrapesar esas ventajas, Darcy tenía gran patronato en la iglesia y su primo no poseía ninguno.