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CAPITULO XXXIII

En sus correrías por el parque, Isabel se había encontrado más de una vez inesperadamente con Darcy. La primera tuvo a gran desventura dar con él, y para evitarlo en adelante cuidó de no indicarle que aquél era su sitio favorito. Era raro por ende que dicho encuentro ocurriese segunda vez, y sin embargo ocurrió, y aun una tercera. Parecía eso fruto de maldad ingénita o acaso penitencia voluntaria; porque en tales ocasiones no se reducía la cosa a las preguntas de ritual, a una molesta detención y nada más, sino que ahora juzgaba él preciso retroceder y pasear con ella. Jamás hablaba mucho, ni la molestaba con hacerle hablar o escuchar demasiado; mas en el tercer encuentro sorprendióle que le preguntase ciertas cosas raras, como si le gustaba estar en Hunsford, si le placían los paseos solitarios y qué opinión tenía sobre la felicidad de la señora de Collins, y sobre todo, que al hablar de Rosings y del no perfecto conocimiento que ella tenía de la casa, pareciese él suponer que cuando ella volviese a Kent residiría también allí. ¿Tendría en su mente al coronel Fitzwilliam? Ella suponía que, de referirse él a algo, debía de aludir a lo que pudiera resultar por ese lado. Afligióle esto algún tanto, y por eso le alegró verse entonces ya al extremo de la empalizada y frente a la abadía.

Estaba un día ocupada, mientras paseaba, en releer la última carta de Juana, fijándose en cierto