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usted de negarse a sí mismo y de dependencia? ¿Cuándo se ha visto usted impedido por falta de dinero de ir adonde le placiese o de procurarse algo que le encaprichara?

―Esas son cuestiones íntimas, y acaso pueda decir que no he experimentado muchas privaciones por el estilo. Pero en cuestiones de más monta puedo sentir la falta de dinero. Los segundones no pueden casarse cuando les place.

―A no ser que les gusten mujeres de fortuna, que es lo que sucede a menudo.

―Nuestro hábito de gastar nos hace sobrado dependientes, y no hay muchos de mi rango que puedan consentir en casarse sin prestar alguna atención al dinero.

«Si se referirá esto a mí, pensó Isabel, y se sonrojó al pensarlo; pero, reponiéndose, dijo en tono jovial:

―Y diga usted, ¿cuál es el precio ordinario de un segundón de un conde? A no ser que el hermano mayor sea enfermizo, no pedirán ustedes menos de cincuenta mil libras.

El contestó en el mismo tono, y el tema se agotó. Para impedir un silencio que podría hacerle imaginar que le afectaba lo anterior, dijo ella poco después:

―Yo creo que su primo de usted le lleva consigo sobre todo por tener alguien a su disposición. Me extraña que no se case, para tener así segura y constante a una persona. Mas acaso su hermana le basta para eso por ahora, y como está bajo su solo cuidado podrá hacer con ella lo que quiera.