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―No ―dijo el coronel Fitzwilliam―; ésa es una ventaja que tiene que compartir conmigo. Estoy unido con él en lo que atañe a la custodia de la señorita de Darcy.

―¿De veras? Y diga usted, ¿qué especie de custodia ejercen ustedes? ¿Les da mucho que hacer esa carga? Las jóvenes de su edad son a veces algo difíciles de gobernar, y si posee el mismo espíritu del señor Darcy le gustará seguir su camino.

Mientras hablaba él, ella le observaba con detenimiento, y el modo como al punto le preguntó cómo suponía que la señorita Darcy pudiera darles un disgusto convencióla de que, de una manera u otra, se había ella acercado a la verdad. A esa pregunta, derechamente le contestó:

―No tiene usted que asustarse. Jamás he oído nada que le agraviase, y estoy por decir que es una de las criaturas mejores del mundo. Es muy favorita de ciertas señoras conocidas mías: de la señora de Hurst y de la señorita de Bingley. Creo haber oído a usted que las conoce.

―Algo las conozco. Su hermano es un caballero agradable, gran amigo de Darcy.

―¡Oh, sí! ―dijo Isabel secamente―. El señor Darcy es sobremanera afectuoso con el señor Bingley y se cuida muchísimo de él.

―¿Cuidarse de él? Sí; en realidad creo que se cuida de él en aquello que requiere mayores cuidados. Por algo que me dijo en el viaje aquí, puedo creer que Bingley le debe mucho. Pero debo pedirle que me dispense, porque no tengo derecho a suponer