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la conducta de aquéllas en la reunión no había sido a propósito para agradar en general; y con más viveza de observación y menor flexibilidad de temperamento que su hermana, así como con juicio sobradamente libre de atenciones a sí misma, se encontraba poco dispuesta a la aprobación. Eran, en efecto, señoras muy finas; no les faltaba buen humor cuando eran complacidas, ni dejaban de resultar agradables cuando lo anhelaban; pero parecían orgullosas y vanas. Eran más bien bellas que otra cosa; habían sido educadas en uno de los mejores colegios particulares de la capital, poseían una fortuna de veinte mil libras, tenían la costumbre de gastar más de lo debido y de juntarse con gentes de alto rango, siendo inclinadas por lo tanto a pensar bien en todo de sí mismas y medianamente de las demás. Pertenecían a una respetable familia del norte de Inglaterra, circunstancia más impresa en su memoria que el hecho de que su propia fortuna y la de su hermano habían sido ganadas en el comercio.

Bingley había heredado unas cien mil libras de su padre, el cual habia proyectado ya comprar un estado; mas no vivió lo suficiento para poder hacerlo. El hijo proyectaba lo mismo, y más de una vez eligió el condado; pero como ahora se vería con buena casa y con la libertad de un propietario, era dudoso a muchos de los que conocían lo acomodaticio de su carácter que no pasase el resto de sus días en Netherfield, dejando lo de la compra para la venidera generación.