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Sus hermanas ansiaban mucho que poseyese un estado; pero, aun hallándose en la ocasión presente establecido sólo como arrendatario, la señorita de Bingley no dejaba de gustar de presidir su mesa, ni la señora de Hurst, que se había casado con un hombre de más elegancia que medios, se veía por aquello menos dispuesta a considerar la casa de su hermano como la suya propia siempre que le conviniese. No hacía sino dos años que Bingley era mayor de edad cuando, por una casual recomendación, se decidió a conocer la posesión en Netherfield. La vió por fuera y por dentro durante media hora, le agradó la situación y las principales piezas de la casa, se dió por satisfecho con lo que el propietario la ponderó, y la alquiló inmediatamente.

Entre él y Darcy reinaba firme amistad, a pesar de la oposición de los caracteres. Bingley era aficionado a Darcy por la facilidad, franqueza y ductilidad de su propio temperamento, aunque ningún otro natural pudiera contrastar más con el suyo y a pesar de no parecer nunca descontento del que él mismo poseía. Bingley hallaba el más fuerte sostén en la firmeza de las opiniones de Darcy y tenía de su juicio la mejor opinión. En entendi miento Darcy era superior. No le faltaba, de ningún modo, a Bingley; pero Darcy era más hábil. Era a la par altanero, reservado y desdeñoso, y, aun estando bien educado, sus modales no resultaban atractivos. En ese particular su amigo le aventajaba notablemente. Bingley tenía asegurado el agra-