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está de acuerdo con mis sentimientos. ¿Por qué había de convertirse en juez?

―¿Tiene usted más bien como oficiosa su intervención?

―No veo el derecho que pudiera alegar el señor Darey para decidir sobre una inclinación de su amigo y por qué había de determinar y dirigir el modo como éste debía llegar a ser feliz. Pero ―continuó, reportándose― no conociendo ninguna de las particularidades no está bien censurarle. No habrá que pensar que en ese caso mediase mucho afecto entre los dos.

―Es natural sospecharlo ―aseguró Fitzwilliam―; mas eso aminora muy tristemente el triunfo de mi primo.

Dijo esto último en broma; pero le pareció a ella tan exacta pintura de Darcy que no quiso permitirse una contestación, y por eso, cambiando de pronto el tema, habló de otros indiferentes hasta que llegaron a la abadía. Allí, encerrada en su cuarto en cuanto los dejó su visitante, pudo pensar sin interrupción en cuanto había oído. No cabía suponer que se refiriese el coronel a otras personas sino a aquellas con quienes estaba relacionada; no podían existir dos hombres sobre los cuales pudiese ejercer Darcy tan ilimitada influencia. Jamás había dudado de que éste hubiera intervenido en las medidas tomadas para separar a Bingley y Juana; mas siempre había atribuído a la señorita de Bingley el principal papel y el haberlas ideado. Pero ahora, si su propia vanidad no le hacía errar, resultaba que