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de no ver a Darcy, determinó no acompañar a sus primos a Rosings, donde estaban convidados a tomar el te. La señora de Collins, viendo que ella se encontraba realmente indispuesta, no le instó a que fuera, e impidió en cuanto le fué posible que su marido le instara; pero Collins no pudo ocultar su temor de que a lady Catalina le disgustaría que se quedase en casa.

CAPITULO XXXIV

Cuando todos se fueron, Isabel, cual si se propusiera exasperarse todo lo posible contra Darcy, se dedicó a repasar todas las cartas de Juana recibidas desde que se hallaba en Kent. No contenían lamentaciones, ni había en ellas nada que denotase que revivía el pasado, ni noticias de sufrimientos en la actualidad; pero en todas, y en casi todos los renglones de cada una, faltaba la alegría que solía caracterizar su estilo y que, cual procedente de un espíritu aquietado para consigo y dispuesto afectuosamente para los demás, apenas se había nublado nunca. Isabel notaba todas las frases reveladoras de desasosiego con una atención que con dificultad pusiera en la primera lectura. La vergonzosa jactancia de Darcy de la aflicción que había conseguido causar le proporcionaba la más viva idea de los sufrimientos de su hermana. Consolábale algo el considerar que la visita de aquél a Rosings iba a terminar dentro de dos días, y aun más el que den-