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tro de quince estaría ella de nuevo con Juana y podría contribuir a la salud de su espíritu con cuanto al afecto es dado el lograrlo.

No le era posible pensar en que Darcy dejaba Kent sin recordar que su primo se iba con él; pero el coronel Fitzwilliam le había manifestado con claridad que no abrigaba de ningún modo proyectos sobre ella, y por más grato que él le fuera, no esperaba considerarse desdichada por su causa.

Mientras meditaba en esto fué repentinamente sorprendida por el sonar de la campanilla de ingreso, y su espíritu se lisonjeó con la idea de que se tratase del propio coronel Fitzwilliam, que ya una vez los había visitado por la tarde y podía venir a enterarse de su salud. Mas esa idea se desvaneció pronto, y hallábase su ánimo muy divinamente afectado cuando, con el mayor espanto por su parte, vió que Darcy entraba en el salón. Permaneció sentado unos momentos, y levantándose luego se paseó a través de la estancia. Isabel estaba sorprendida, mas no dijo una palabra. Tras un silencio de varios minutos, se llegó él a ella, y con ademanes agitados empezó así:

―En vano he luchado. No quiero hacerlo más. Mis sentimientos no pueden contenerse. Permítame usted que le manifieste cuán ardientemente la admiro y la amo.

El asombro de Isabel sobrepujó a cuanto puede expresarse. Quedóse parada, sonrojada, indecisa y en silencio. Esto lo tuvo él por suficiente manera de darle valor, y así, prosiguió declarando cuanto