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—¿No cree usted que sería un acto muy oportuno en ese sitio?

—Es uno que no ejecuto en ninguna parte si lo puedo evitar.

—¿Supongo que tiene usted casa en la capital?

Darcy lo afirmó con una inclinación de cabeza.

—Algunas veces he pensado en establecerme en la capital, porque me gusta la sociedad distinguida; pero no estaba seguro de que Londres pudiese agradar a lady Lucas.

Detúvose esperando contestación; mas su interlocutor no se hallaba dispuesto a darla, y al dirigirse en aquel momento Isabel a ellos se le ocurrió una galantería y, llamándola, dijo:

—Querida Isabel, ¿por qué no bailas? Señor Darcy, permítame usted que le presente a esta señorita como una pareja muy apetecible. Estoy seguro de que no podrá usted rehusar el bailar teniendo cerca semejante hermosura.

Y tomando la mano de ella, íbasela a dar a Darcy, quien, aunque en extremo sorprendido, no la rechazaba, cuando Isabel se volvió de pronto y dijo, algo descompuesta, al propio sir Guillermo:

—La verdad, señor, es que no tenía la menor intención de bailar. Suplico a usted que no se figure que he venido aquí para pescar pareja.

Darcy, con grave cortesía, rogó que le hiciera el honor de su mano; pero fué inútil. Isabel estaba resuelta, y ni sir Guillermo con sus intentos para persuadirla le hizo vacilar en su propósito.

—Sobresales tanto en el baile, Isabel, que es