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padre había sido procurador en Meryton y le había dejado cuatro mil libras.

Tenía ella una hermana casada con el señor Philips —el cual, habiendo sido dependiente del padre, le había sucedido en el cargo—, y un hermano, avecindado en Londres, a respetable altura en el comercio.

El lugar de Longbourn distaba sólo una milla de Meryton, distancia conveniente para las muchachas, las cuales iban de ordinario al último punto tres o cuatro veces a la semana a cumplimentar a su tía y a casa de una modista que estaba justamente en el camino. Catalina y Lydia, las dos más jóvenes de la familia. eran en especial dadas a esas ocupaciones; sus espíritus estaban más ociosos que los de sus hermanas, y cuando no se les deparaba nada mejor, se imponía para las mismas un paseo a Meryton a fin de entretener las horas de la mañana y procurarse conversación para la tarde, y aunque el campo era en general escaso en noticias, siempre hallaban manera de saber alguna por su tía. En la actualidad ambas estaban con buena provisión de noticias y de dicha por la llegada de un regimiento de la milicia a la vecindad, el cual iba a permanecer por allí todo el invierno, siendo Meryton el cuartel general.

Las visitas a la señora de Philips eran, pues, ahora de lo más interesantes. Todos los días aumentaban sus conocimientos de los nombres y parentela de los oficiales; no fueron mucho tiempo desconocidas de ellos sus viviendas, y al fin comenzaron a co-