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dre. Supongo que cuando lleguen a nuestra edad no hablarán de oficiales más que nosotros ahora. Yo me acuerdo de los tiempos en que me gustaba mucho un traje rojo, y en verdad que aun me gusta para mis adentros; y si un coronel joven con cinco o seis mil libras anuales pretendiese a una de mis hijas, no se la sabría negar; y tengo para mí que el coronel Forster resultaba muy bien con su uniforme en casa de sir Guillermo.

—Mamá —exclamó Lydia—, mi tía dice que el coronel Forster y el capitán Carter no van a casa de la señorita de Watson tan a menudo como la primera vez que vinieron; ahora los ve con frecuencia en la librería de Clarke.

La señora de Bennet no pudo contestar, por la llegada de un lacayo con una carta para Juana; venía de Netherfield, y el criado aguardaba contestación. Los ojos de la señora de Bennet brillaron de alegría y estuvo silenciosa mientras su hija leyó.

—Bien, Juana, ¿de quién es?, ¿qué dice? Vamos Juana, apresúrate, dínoslo; date prisa, amor mío.

—Es de la señorita de Bingley— dijo Juana; y la leyó en voz alta:

«Mi querida amiga: Si no es usted tan compasiva que venga a comer hoy con Luisa y conmigo, estamos expuestas las dos a odiarnos recíprocamente por todo el resto de nuestra vida, pues un día entero de tête-à-tête entre dos mujeres no puede acabar sino en disputa. Venga usted lo antes que