Página:Orgullo y prejuicio - Tomo I (1924).pdf/44

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
42
 

bía alejado mucho Juana cuando ya llovía recio. Sus hermanas estaban inquietas por ella; pero su madre se hallaba satisfecha. La lluvia continuó toda la tarde sin cesar; era, pues, seguro que Juana no podría volver.

—¡Ha sido feliz idea la mía! —exclamó la señora de Bennet más de una vez, como si fuese cosa suya el que lloviese. Pero hasta la mañana siguiente no supo toda la suerte de su treta. Apenas habían acabado de almorzar cuando un criado trajo de Netherfield la siguiente carta para Isabel:


«Mi querida Isabel: Me encuentro hoy muy mediana, lo que supongo poder atribuir a haber llegado ayer mojada. Mis amables amigas no quieren que regrese a casa hasta que esté mejor. También insisten en que me vea el señor Jones; así, que no os alarméis si sabéis que ha estado a visitarme, pues, excepto notar la garganta resentida y dolor de cabeza, no tengo nada.—Tu...», etc.


—Bien, querida —dijo el señor Bennet cuando Isabel hubo leído la carta en voz alta—; si tu hija cayera enferma, si se muriera, sería un consuelo saber que todo ha sido por perseguir al señor Bingley y bajo tus órdenes.

¡Oh!, no temo que se muera. No se muere la gente de enfriamientos insignificantes. Buen cuidado tendrá de no morirse. Mientras esté allí, bien irá la cosa. Yo iría a verla si tuviera el coche.

Isabel, que realmente estaba inquieta, se deter-