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Presentőse en el cuarto de almorzar, donde estaban todas menos Juana y donde su aparición sorprendió grandemente. Que hubiera caminado tres millas tan temprano, con tiempo tan húmedo y sola era casi increíble para la señora de Hurst y la señorita de Bingley, e Isabel notó que la menospreciaban por ello. Fué no obstante recibida por todas con mucha cortesía, y en los modales de Bingley percibió algo más que galantería; había buen humor y amabilidad. Darcy habló poco, y el señor Hurst, nada en absoluto. El primero fluctuaba entre admirar la brillantez que el ejercicio había comunicado al tinte de Isabel y dudar de si el motivo justificaba que viniese sola desde tan lejos. El último sólo pensaba en su almuerzo.

Sus preguntas acerca de su hermana no fueron contestadas muy favorablemente. Juana había dormido mal, y aunque levantada, tenía bastante fiebre y no se encontraba suficientemente bien para salir de su habitación. Isabel se alegro de que se la condujese al punto a su lado, y Juana, que sólo se había contenido por miedo de alarmar o de pecar de inconveniente expresando en su esquela lo que anhelaba esa visita, alegróse también de su entrada. No estaba, con todo, para mucha conversación, y cuando la señorita de Bingley las dejó solas dijo pocas cosas, excepto expresiones de gratitud por la extraordinaria amabilidad con que se la trataba. Isabel la asistió en silencio.

Cuando acabó el almuerzo se las unieron las hermanas, y a Isabel misma comenzaron a gustarle