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—No comprendo el abandono de una biblioteca de familia en estos tiempos.

—¡Abandono! Bien segura estoy de que no abandona usted nada que pueda añadir belleza a aquella morada ilustre. Carlos, cuando edifiques una casa querría yo que fuese la mitad de deliciosa que Pemberley.

—Así lo deseo también.

—Y aun te recomendaría que hicieses la adquisición en aquella vecindad y que tomases a Pemberley como una especie de modelo. No hay en Inglaterra más bello condado que el de Derby.

—Con el mayor gusto; y adquiriré el mismo Pemberley si Darcy me lo vende.

—Hablo de lo que está en lo posible, Carlos.

—¡Por vida mía, Carolina, que creo más posible adquirir Pemberley por compra que por imitación.

Isabel estaba demasiado abstraída por lo que pasaba para dedicar una escasa atención al libro, y así, dejándolo pronto, se encaminó hacia la mesa de juego, colocándose entre Bingley y su hermana mayor para observar la marcha.

—¿Ha crecido mucho desde la primavera la señorita de Darcy?—dijo la de Bingley—. ¿Será tan alta como yo?

—Creo que sí. Al lado de la señorita Isabel Bennet resultaría más corpulenta, o acaso más alta.

—¡Cuánto tiempo sin volverla a ver! Nunca hallé quien me agradase tanto. ¡Qué aspecto, qué modales! ¡Y tan extremadamente instruída para su edad! Su ejecución en el piano es excelente.