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—Sin duda—replicó Darcy, a quien la observación iba principalmente dirigida—es la más ruin de cuantas artes se dignan emplear las damas para cautivar. Cuanto semeja artificio es despreciable.

La señorita de Bingley no quedó suficientemente satisfecha con la contestación para proseguir la materia.

Isabel volvió a ellos de nuevo sólo para decirles que su hermana estaba peor y que no podía abandonarla. Bingley insistió en que se llamase al señor Jones al punto, mientras que sus hermanas, convencidas de la escasa utilidad de la asistencia médica del campo, recomendaron enviar un propio a la capital en busca de uno de los más eminentes doctores. Isabel no quería ni oír hablar de esto último, pero no se oponía a que se siguiese la indicación del hermano; y así, se acordó que se enviase a buscar al señor Jones a la mañana siguiente si Juana no estaba resueltamente mejor. Bingley se encontraba en absoluto desconsolado; sus hermanas manifestaban su sentimiento; mas éstas acallaron su pesadumbre con unos duetos que siguieron a la cena, al paso que aquél no halló mejor alivio a su pesar sino dar órdenes a su mayordomo de que se dispensasen todas las atenciones posibles a la enferma y a su hermana.