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CAPITULO IX

Isabel pasó lo más de la noche en la alcoba de su hermana, y a la mañana experimentó la satisfacción de poder contestar con buenas noticias a las preguntas que muy temprano recibió de Bingley por conducto de una sirvienta, y poco después, de las dos elegantes señoras de compañía de sus hermanas. A pesar de la mejoría, pidió que se enviase a Longbourn una esquela, pues deseaba que su madre visitase a Juana y formase juicio de su estado. La esquela se envió inmediatamente y su contenido se cumplimentó con igual presteza; la señora de Bennet, acompañada de sus dos hijas menores, se dirigió a Netherfield poco después de almorzar en familia.

Si hubiera encontrado a Juana con apariencias de peligro, la señora de Bennet se habría tenido por muy desgraciada; pero en cuanto se satisfizo viendo que la enfermedad no era alarmante, no abrigó deseos de que su hija se repusiese pronto, ya que su restablecimiento la tendría que alejar de Netherfield. Por esa razón no quiso dar oídos a la proposición de su hija de ser trasladada a su casa, lo cual, por otra parte, el médico, que llegó al propio tiempo, no lo juzgaba recomendable. Cuando, tras de permanecer un rato con Juana, se les presentó la señorita de Bingley y las invitó a pasar donde estaba la familia, la madre y las tres hijas se entretuvieron con ella en el cuarto de almorzar. Bingley