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las saludó, suponiendo que la señora de Bennet no había hallado a su hija tan mal como esperaba.

—Si que la he hallado así—fué su respuesta—. Está demasiado mal para que se la traslade. El señor Jones dice que no debemos pensar en moverla. Tenemos que abusar aún más de la bondad de usted.

—¡Moverla!—exclamó Bingley—. No hay que soñar en eso. Bien seguro estoy de que mi hermana no quiere tampoco ni oír hablar de su traslado.

—Puede usted contar—dijo ésta con fría solemnidad con que Juana tendrá toda la asistencia posible mientras permanezca con nosotros.

La señora de Bennet se extendió en frases de reconocimiento.

—Estoy convencida—añadió—de que si no hubiera sido por tan buenos amigos, no sé qué habría sido de ella, ques se siente mal de veras y sufre mucho; aunque, eso sí, con la mayor paciencia del mundo, como hace siempre, porque tiene el temperamento más dulce que conczco. Muchas veces les digo a mis otras hijas que no valen nada a su lado. Tiene usted aquí, señor Bingley, una linda habitación con encantadoras vistas sobre la alameda. No recuerdo en el pais un sitio que se pueda comparar con Netherfield. Supongo que no pensará usted en abandonarlo de pronto, aunque no tenga sino corto arriendo.

—Todo cuanto hago lo hago de pronto—replicó él—, y por eso, si alguna vez me decido a dejar Netherfield, me marcharé probablemente en cinco