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rante el año! ¡Además, las cartas de negocios! ¡Qué insoportable debe ser!

—Entonces es una suerte que eso me ataña a mí y no a usted.

—Haga usted el favor de decirle a su hermana que deseo verla.

—Ya se lo he dicho una vez por deseo de usted.

—Temo que no le guste a usted su pluma. Déjemela usted cortar. Corto las plumas admirablemente.

—¡Gracias, pero yo siempre corto la mía!

—¿Cómo puede usted escribir tan igual?

El siguió callado.

—Diga usted a su hermana que me complace mucho oír lo que progresa en el arpa, y haga usted el favor de hacerle saber que estoy admirada de su precioso dibujito para una mesa y que lo tengo por infinitamente superior al de la señorita de Grantley.

—¿Me permite usted diferir sus entusiasmos para cuando escriba otra vez? Ahora no tengo espacio para hacerles justicia.

—¡Oh, no me importa! La veré en enero. Pero ¿siempre le escribe usted cartas tan deliciosamente largas, señor Darcy?

—Por lo general son largas; mas si son siempre deliciosas no es cosa que yo pueda determinar.

—Es para mí regla invariable que quien sabe escribir con facilidad una carta larga no puede escribir mal.

—Eso no es un cumplido para Darcy, Carolina —interrumpió su hermano—, porque no escribe con