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facilidad. Se fija demasiado en las palabras de cuatro sílabas. ¿No es verdad, Darcy?

—Mi estilo para escribir es muy diverso del tuyo.

—¡Oh! —exclamó la señorita Bingley—. Carlos escribe con el cuidado menor que se puede imaginar. Deja a medias las palabras y emborrona todo.

—Mis ideas fluyen con tal rapidez que no me queda tiempo para expresarlas, por lo que a veces mis cartas no comunican ideas a mis lectores.

—La humildad de usted, señor Bingley —dijo Isabel—, tiene que desarmar a sus reprensores.

—No hay nada más engañoso —dijo Darcy— que la apariencia de humildad. A menudo es sólo una carencia de opinión, y a veces una ostentación indirecta.

—¿De cuál de ambas cosas tildas mi débil rasgo de modestia?

—De ostentación indirecta; porque tú, en realidad, estás orgulloso de tus defectos al escribir, ya que los consideras como debidos a la rapidez del pensamiento y al descuido en la ejecución, lo cual, si no por estimable, lo tienes por muy interesante. La capacidad de hacer algo con presteza es siempre muy elogiada por su poseedor, y con frecuencia sin fijarse en la imperfección que la acompaña. Cuando dijiste esta mañana a la señora de Bennet que si alguna vez resolvías dejar Netherfield te irías en cinco minutos tuviste eso por una especie de panegirico, como un cumplido a ti mismo; y sin embargo, ¿qué hay de laudable en una precipitación que por