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sada la presteza de su primitiva intención con su obstinación en seguirla?

—Doy mi palabra de que no sé explicarlo; Darcy tendrá que hablar por mí.

—Tú esperas que yo explique opiniones que tú das en llamar mías, pero que nunca he compartido. Con todo, admitiendo el caso para estar de acuerdo con lo que se alega, debe usted recordar, señorita de Bennet, que el amigo que suponíamos que deseaba que siguiese en su casa Bringley lo deseaba sin más ni más, se lo proponía sin ofrecerle argumento alguno en favor de esa decisión.

—El ceder pronto y fácilmente a la persuasión de un amigo ¿no es mérito para usted?

—El ceder sin convicción no habla en favor del entendimiento de ninguno de los dos.

—Paréceme, señor Darcy, que no concede usted nada a la influencia de la amistad y del afecto. La consideración hacia el suplicante hace a menudo acceder a una súplica sin esperar argumentos que la abonen. No me refiero en particular a este caso, tal como lo ha supuesto usted relacionándolo con el señor Bingley; acaso hayamos de esperar mucho hasta que se ofrezcan las circunstancias supuestas las cuales juzgamos la oportunidad de su conducta. Pero en general, y en los casos ordinarios entre amigos, cuando uno desea que el otro cambie de resolución, ¿pensaría usted mal de quien complaciera ese deseo sin esperar razones?

—¿No sería conveniente antes de proseguir con este tema ponernos de acuerdo con alguna mayor

Orgullo y prejuicio.—T. I.