Página:Orgullo y prejuicio - Tomo I (1924).pdf/69

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
67
 

Cuando terminó su ocupación solicitó de la señorita de Bingley y de Isabel algo de música. La primera se dirigió veloz al piano, y tras una cortés invitación a Isabel para que comenzara, a la cual ésta se negó con igual cortesía y más seriedad, se sentó.

La señora de Hurst cantó acompañada de su hermana, y mientras ambas se ocupaban en eso, Isabel no pudo prescindir de observar, al hojear unos libros de música que había al lado del piano, cuán frecuentemente se fijaban en ella los ojos de Darcy. Con dificultad podía ella suponer que fuera objeto de admiración para tan elevado personaje, y aun era más extraño que la mirara por el hecho de no gustarle. Sólo, pues, pudo imaginar al fin que despertaba su atención por ofrecerle en su persona algo más reprensible, en orden a sus ideas, que otra cualquiera de las presentes. La suposición no la apenó. Gustaba de él demasiado poco para cuidarse de su aprobación.

Tras de ejecutar algunas canciones italianas, la señorita de Bringley varió de atracción con un movido aire escocés, y poco después de comenzado, Darcy, acercándose a Isabel, le dijo:

—¿No siente usted tentaciones, señorita de Bennet, de aprovechar semejante ocasión de bailar?

Ella sonrió, sin contestar. Entonces él repitió la pregunta, como sorprendido de su silencio.

—¡Oh! —respondió ella—. Ya le he oído a usted antes; pero no puedo determinar al instante qué debo decirle como contestación. Conozco que usted