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quiere que diga que sí para gozar del placer de despreciar mi gusto; mas a mí me agrada siempre impedir tales bochornos y defraudar los desprecios premeditados de una persona. Por eso termino diciendo a usted que no necesito bailar de ningún modo; y ahora, desprécieme usted si se atreve.

—Cierto que no me atrevo.

Como Isabel había pensado encararse con él, quedó confusa con su galantería; pero había en el modo de ser de ella tal mezcla de delicadeza y malicia que se le hacía difícil afrentar a nadie, y por otro lado, Darcy jamás había quedado tan encantado de una mujer como lo estaba de ésta. Creia de veras que, a no ser por la inferioridad de la parentela de ella, corría él algún riesgo.

La de Bingley vió o sospechó lo bastante para ponerse celosa, y su gran ansiedad por el restablecimiento de su cara amiga Juana subió de pronto con el deseo de desembarazarse de Isabel.

Trataba de hacer que a Darcy le desagradase la huéspeda hablándole del supuesto matrimonio y forjando planes sobre la especie de felicidad de semejante unión.

—Espero —le dijo al día siguiente cuando paseaban juntos en el plantío de arbustos— que cuando ese apetecible acontecimiento se realice hará usted a su suegra unas cuantas advertencias relativas a refrenar la lengua, y si también lo puede lograr, evite usted que las hijas menores vayan tras los oficiales. Y, si me es lícito mentar tan delicado asunto, trate usted de reprimir ese algo, lindante