Página:Orgullo y prejuicio - Tomo I (1924).pdf/72

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido validada
70
 

Pero Isabel, que no tenía el menor deseo de permanecer con ellos, contestó riendo.

—No, no; sigan ustedes ahí. Resultan ustedes deliciosamente agrupados. Lo pintoresco del grupo se perdería con admitir un cuarto. Adiós.

Entonces se marchó contenta, regocijándose, mientras vagaba, con la esperanza de estar en su casa dentro de uno o dos días. Juana se hallaba tan repuesta que se proponía salir de su habitación durante un par de horas por la tarde.

CAPITULO XI

Cuando las señoras se levantaron de la mesa después de comer, Isabel subió a ver a su hermana, y habiéndola hallado bien protegida contra el frío, acompañóla al salón, donde sus amigas le dieron la bienvenida con grandes demostraciones de contento; Isabel nunca las había visto tan agradables como estuvieron entonces durante la hora que transcurrió hasta que entraron los caballeros. Su verbosidad fué grande: pudieron describir con esmero un banquete, relatar con humor una anécdota y reírse con ingenio de sus conocidos.

Pero cuando los caballeros entraron Juana no siguió siendo el objeto más interesante; los ojos de la señorita de Bingley se volvieron constantemente hacia Darcy, y ya tuvo que decirle algo antes de que él diera allí muchos pasos. El mencionado caballero se dirigió en derechura a Juana