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de semejantes reuniones. Sería mucho más racional que la conversación y no el baile fuera lo corriente.

—Más racional, querida Carlota, lo concedo; pero no sería tan íntimo como un baile.

Su hermana no contestó, levantándose poco después y paseando por el cuarto. Su figura era elegante y andaba bien; pero Darcy, a quien todo eso apuntaba, continuó todavía dedicado al libro. En la desesperación de sus sentimientos, resolvió ella un esfuerzo más, y volviéndose a Isabel le dijo:

—Señorita de Bennet, persuádase usted a seguir mi ejemplo y dé una vuelta por el salón. Es cosa saludable tras de permanecer tanto tiempo sentada en la misma actitud.

Isabel quedó sorprendida, pero accedió al punto. De ese modo la señorita de Bingley logró el objeto verdadero de su cortesía. Darcy levantó la vista. Se quedó tan extrañado por la novedad de aquella atención como la propia Isabel podía estarlo, e inconscientemente cerró el libro. Se le invitó de manera directa a unirse a ellas; pero lo rehusó, haciendo valer que no podía imaginar sino dos motivos únicos para que ambas quisiesen pasearse juntas arriba y abajo, con ninguno de los cuales era compatible que se les uniera. «¿Qué querrá decir?», pensó la de Bingley tratando de indagar la significación de aquello, y preguntó a Isabel si podía entenderlo.

—De ningún modo —fué su contestación—; pero