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así en Longbourn como en Netherfield, y de abrazarla tiernamente, apenas dió la mano a la primera. Isabel se despidió de todos con la mayor viveza de ingenio.

No fueron muy cordialmente recibidas por la madre. La señora de Bennet manifestó asombro por su llegada y afirmó que hacían muy mal en ocasionarle semejante disgusto, dando por seguro que Juana volvería a resfriarse. Pero su padre, aunque muy lacónico en sus expresiones de contento, quedó en realidad muy satisfecho de verlas. Había notado lo que significaban en el círculo de la familia; la conversación de la velada, cuando todos estaban reunidos, había perdido mucho de su animación y casi todo el ingenio con la ausencia de Juana e Isabel.

Hallaron a María embebida, como de costumbre, en el estudio de la naturaleza física y humana; podía ofrecer a la admiración de los demás algunos nuevos extractos de sus lecturas y endilgar nuevas sentencias de rancia moral. Catalina y Lydia guardaban para ellas informaciones de muy diversa especie. En el regimiento se había hablado mucho y se habían hecho muchas cosas desde el viernes anterior; varios oficiales habían comido recientemente con su tío, había sido azotado un soldado, y en la actualidad se decía que el coronel Forster iba a casarse.