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qué modo puede entender eso de darnos lo que piensa que nos es debido, su buen deseo le abona ciertamente.

Isabel estaba extrañada sobre todo de su extraordinaria deferencia hacia lady Catalina y de su benigna intención de bautizar, casar y enterrar a sus feligreses cuando fuere preciso.

—Me parece —dijo— que debe de ser muy singular. No me lo puedo quitar de la cabeza. Hay algo de pomposo en su estilo. Y ¿qué puede significar eso de excusarse por ser heredero del vínculo? No hemos de suponer que lo evitaría si pudiera. ¿Será, papá, tan delicado?

—No, querida, no lo creo. Tengo grandes esperanzas de que me resulte por completo lo contrario. Hay en su carta tal mezcla de servilismo y presunción que lo hace presentir. Estoy impaciente por verle.

—En cuanto a la redacción —dijo María—, su carta no parece mala. La idea del ramo de olivo no es completamente nueva, pero me parece que está bien expresada.

Por lo que hace a Catalina y Lydia, ni la carta ni su autor las interesaban lo más mínimo. No era probable que su primo viniera con traje rojo, y hacía algunas semanas que no gustaban de la sociedad de hombres con otro color. En lo tocante a la madre, la carta del señor Collins le había quitado mucho de su malquerencia y hallábase dispuesta a verle con un grado de moderación que asombrase a su marido y a sus hijas.