Página:Orgullo y prejuicio - Tomo I (1924).pdf/87

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
85
 

El señor Collins llegó puntual a su hora y fué recibido con gran cortesía por toda la familia. Verdad es que el señor Bennet habló poco; pero las señoras estuvieron bastante propicias a conversar, y el señor Collins no parecía ni necesitado de que se le animase ni inclinado de por sí al silencio. Era un joven alto, de mirada tristona, y de treinta y cinco años. Su porte era grave y parado, y sus modales, muy ceremoniosos. No llevaba mucho tiempo sentado cuando felicitó a la señora de Bennet por tener tan bellas hijas; manifestó que había oído mucho de su belleza; pero que en ese punto la fama habíase quedado corta al lado de la realidad, añadiendo que no dudaba en haberlas de ver bien casadas a todas a su debido tiempo. La galantería no fué muy del gusto de alguna de las oyentes; pero la señora de Bennet, que no se andaba en cumplidos, contestó al punto:

—Eres muy amable, y de todo corazón deseo que sea como dices, porque de otro modo quedarían bastante desamparadas. De modo tan singular están dispuestas las cosas.

—¿Aludes acaso al vínculo de esta propiedad?

—¡Ah!, ciertamente debes conocer que es asunto muy penoso para mis hijas. No es que te reconvenga, pues sé que semejantes cosas son debidas a la suerte; no se sabe cómo han de ir las posesiones cuando se vinculan.

—Mucho siento la desgracia de mis lindas primas, y no poco podría hablar sobre esa cuestión; mas no quiero parecer precipitado. Pero puedo