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ciliación con la familia de Longbourn tendía la vista hacia una esposa, por pensar elegir como tal a una de las hijas si las encontraba tan bellas y agradables como le habían sido presentadas por la voz pública. Tal era su plan de reparación y compensación por haber de heredar el patrimonio de su padre, plan que juzgaba excelente, tan elegible como aceptable, a la par que en extremo generoso y desinteresado por su parte.

No varió de plan al ver a las muchachas. El amoroso rostro de Juana le afirmó en sus propósitos, ayudándole a seguir fiel a sus rigurosas ideas sobre lo que se debe a la antigüedad; y así, durante la primera velada ella constituyó su decidida elección. Mas a la mañana siguiente cambió de rumbo, pues en un cuarto de hora de tête-à-tête con la señora de Bennet antes de almorzar, en conversación que principió él tratando de su casa, y que condujo de modo natural a la declaración de sus proyectos de buscar en Longbourn señora para la misma, oyó de labios de la mencionada, entre muy complacientes sonrisas y otras demostraciones propias para animarle, cierta advertencia relativa a Juana, en quien se había fijado. «En cuanto a sus hermanas menores, nada podía decir de ellas, no le era dable contestar positivamente; pero no sabía de nadie que se hubiese adelantado. Ahora, por lo que tocaba a su hija mayor, probablemente iba a quedar en breve comprometida, y creía ella conveniente avisárselo.»

Collins no tenía que hacer sino pasar de Juana a Isabel, y eso quedó pronto resuelto mientras la se-