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pañada de la más absoluta corrección y sin las menores pretensiones; y toda la partida seguía de pie, comunicándose entre sí gratamente, cuando se hizo notar el ruido de unos caballos, y Darcy y Bingley aparecieron sobre ellos a través de la calle. Al distinguir a las señoras del grupo los dos caballeros se dirigieron hacia ellas y comenzaron los saludos de rigor. Bingley fué quien más habló, y Juana su principal interlocutora. Díjole aquél que se encaminaban a Longbourn con el propósito de adquirir noticias suyas; Darcy lo corroboró con una inclinación; y comenzaba a determinarse a no fijar los ojos en Isabel, cuando quedó de repente detenido por la visita del forastero, y como dió la casualidad de tener Isabel ocasión de ver el aspecto de los dos al mirarse entre sí, fué testigo del asombro que les causara el encuentro. Los dos cambiaron el color, tornándose uno pálido y otro rojo. Wickham, tras un breve momento, se llevó la mano al sombrero, saludo que Darcy se dignó devolver. ¿Qué podía significar eso? Era imposible imaginarlo; éralo también ignorarlo demasiado tiempo.

Un momento después Bingley, que no pareció enterado de lo ocurrido, se despidió y siguió adelante con su amigo.

Denny y Wickham continuaron paseando con las muchachas hasta la puerta del señor Philips, y allí se despidieron, a pesar de los apremiantes ruegos de Lydia referentes a que entrasen, y a pesar también de que la señora de Philips abriera la ventana y secundase en voz alta la invitación.